Buitrago, la primera estrella del vallenato

Publicado originalmente en RBMA Radio Panamérika, el 14 de abril de 2014

El 19 de abril de 1949 falleció Guillermo Buitrago, «El Jilguero de la Sierra Nevada», pionero indiscutible de la popularización del vallenato por toda Colombia. A pesar de haber transcurrido tanto tiempo, su guitarra y su peculiar timbre de voz aún son parte activa del repertorio sonoro colombiano, especialmente el que acompaña las fiestas de fin de año.

Nacido en la musical y literaria población de Ciénaga (al igual que Abelardo Carbonó, o la célebre Cumbia Cienaguera), le correspondió en suerte ser el portador por toda Colombia de la tradición cultural que desde hacía un siglo se estaba difundiendo por los caminos de la región Caribe. La rica herencia de Francisco el Hombre la recogería Buitrago, de la mano de sus composiciones y también apoyándose en los cantos que escribirían contemporáneos suyos que también se harían legendarios en esos años: Abel Antonio Villa, Emiliano Zuleta, Rafael Escalona y su amigo y primer compañero musical Julio Bovea.

En 1943 Buitrago ya era toda una celebridad en las emisoras de la región, por eso fue invitado por Toño Fuentes para que estrenara su recién adquirida industria de grabación y prensaje de discos. El resultado serían las canciones «Las mujeres a mí no me quieren» y «Compadre Heliodoro» que, hasta donde desentierren del olvido otra evidencia, sería el primer disco prensado en Colombia. Tras esa hazaña pionera de la industria fonográfica, la leyenda de Buitrago y del vallenato mismo, recorrerían todo el país. Un vallenato atípico para los estándares mayoritarios, sin acordeón, pero respetando cada uno de sus ritmos emblemáticos y con unas cuerdas que le permitiría también filtrarse entre las rumbas y bambucos de las fiestas andinas.

Durante los siguientes seis años, estaríamos ante toda una celebridad que alternaba sus presentaciones en clubes y teatros con la grabación en los estudios de Discos Fuentes en Cartagena: centenar y medio de canciones y anuncios radiales de los cuales actualmente se conservan un poco más de sesenta. Entre ellas llegarían alianzas con otras leyendas del folclor costeño, como sería el caso de los temas grabados con Los Trovadores de Barú, dirigidos por el gigantesco gigantesco embajador cumbiero José Barros.

Vale la pena también conocer su repertorio «inédito», es decir, de aquellas grabaciones que no cambiaron su formato al no figurar en los compilados decembrinos. Muchas se quedaron en los pesados discos de 77 y otras alcanzaron sobrevivir en ediciones póstumas en LP. Uno de esos temas refleja la picaresca creada por una sociedad que debía padecer al mismo tiempo intensos conflictos sociales y políticos, se trata de «El toque de queda», una caricatura sobre la crisis de orden público derivada del asesinato del caudillo Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948.

A los 29 años y cuando tenía mucho más para cantarnos, fallecería de una enfermedad incierta (como tantas leyendas, existe más de una versión sobre lo que padecía). La muerte prematura de Guillermo Buitrago, sin embargo, sería tratada de compensar con diferentes legados: primero con el vallenato guitarreado que durante los siguientes 35 años sobreviría y se haría internacional gracias a las grabaciones de Julio Bovea; también con la muestra de la influencia su género en el interior con Los Alegres Vallenatos, un conjunto bogotano dirigido por Julio Torres (de quien se dice murió ahogado en la bahía de Cartagena a donde viajó para negociar un contrato con Fuentes). Y desde las palabras, su memoria sería evocada por el interés que la música vallenata despertó en cronistas como Alfonso Fuenmayor y Gabriel García Márquez.

Y claro, dentro de esas influencias no hay que olvidar a Buitraguito, un clon creado por el cantante Julio César Sanjuán, creado por el propio sello Fuentes a pocos años de la muerte del original y «resucitado» por Warner cuando se conmemoraba medio siglo de la muerte de la leyenda. Tan notable sería la imitación, que hoy las nuevas generaciones creen que difunto e imitador son la misma persona, aunque el original haya muerto hace 65 años.

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