Publicado originalmente en el especial Magdalena crece de la revista Semana, el 27 de junio de 2017.
Hay una melodía inconfundible que pertenece al patrimonio inmaterial del Magdalena y del municipio de Ciénaga, es una cumbia que se baila suavesona y que ha sonado en decenas de grabaciones durante más de medio siglo. Esta “Cumbia cienaguera” se ha interpretado en los acordeones de Alberto Pacheco y Aniceto Molina, en el sonido orquestal de Luis Carlos Meyer y La Billo’s Caracas, en los solemnes catálogos de Jaime Llano González y Los Corraleros de Majagual, en la lectura peruana de Juaneco y su Combo y la panamericana de Los Wawanco, en el toque agogó de Los Frenéticos y el imaginativo blues-rock de Génesis, en la voz llanera de Luis Ariel Rey, el aire salsero de la Sonora Carruseles y la actualización discotequera del Checo Acosta e, incluso, cupo este tema en la “etnografía global” de Gerard Krémer y Aldemaro Romero.
Como tantas obras maestras de la música campesina hecha en Colombia, los orígenes de esta cumbia cienaguera se pierden entre la informalidad y espontaneidad que significaba hacer canciones aquí hasta la mitad del siglo pasado. La historia, según lo recoge la profesora Marina Quintero, se inició en 1937 cuando el músico Andrés Paz Barros recorría la región Caribe con su orquesta Armonía Ciénaga, formada en el municipio de ese nombre. Allí militaba su paisano Humberto Díaz Granados, quien compuso para su grupo la letra de “La cama berronchona”, la confesión de un pícaro que cada noche compartía su catre con una dama distinta. Con la melodía del director, el tema hizo parte del repertorio con el que su grupo recorrió el Caribe durante una década.
El segundo episodio de esta historia llegó en 1949, cuando Luis Enrique Martínez, acordeonero guajiro y pupilo de Paz Barros, conoció “La cama berronchona” y la integró a su repertorio. Toño Fuentes, el empresario discográfico más importante del país, se interesó en grabarla para su sello con la condición de que su letra fuera modificada, ya que el público podría resistirse a aceptar masivamente las alusiones a la pródiga vida sexual de un cantante. Para esa misión accedió Esteban Montaño, compositor del municipio magdalenense de Pueblo Viejo, a quien le debemos sus conocidos versos: muchachos bailen la cumbia porque la cumbia emociona… la cumbia cienaguera que se baila suavesona. Otro inolvidable del departamento, el plateño José Barros, participaría como percusionista.
La grabación que hizo Martínez en 1951 para Discos Fuentes le permitió a “La cumbia cienaguera” ser reconocida en todo el país, al tiempo que se inició un pleito por su autoría entre Paz Barros, Montañoy el acordeonero. Doce años después, un juez de Ciénaga –no podía ser de otro lugar– determinó la repartición equitativa de las regalías entre el autor de la melodía, el letrista y su intérprete y arreglista. Pero esta historia en la cual coinciden distintos nombres y formas de hacer música en el Magdalena Grande no terminaba aquí.
“La cumbia cienaguera”, con su historia cambiante y hasta con su querella incorporada, es el reflejo de las singularidades sonoras de cada ángulo de la Sierra Nevada, las cuales jamás se desarrollaron aisladas sino que siempre se intercambiaron y enriquecieron. Al mediar el siglo XX, cuando se graba esta cumbia, no solo Luis Enrique va de Fonseca a Ciénaga a entrevistarse con Alberto, también otro cienaguero, Guillermo Buitrago, acababa de hacer historia con temas del guajiro Zuleta, los vallenatos Escalona y Pumarejo y del propio Paz Barros, tarea continuada por el samario Julio Bovea; mientras tanto, Abel Antonio Villa, de Tenerife, y Pacho Rada, de Plato, se consagran no solo como legendarios acordeoneros de la región sino también como puentes de la música del otro extremo del departamento y después de la otra orilla del río grande. Así, esta cumbia de tres padres es un resultado lógico de la historia musical magdalenense y de sus gratas interconexiones.
Hecho el producto final, esta cumbia emprendería un viaje por el mundo, donde no podían faltar nuevas formas de interpretarse, emocionar y bailarse. Lo hicieron y aún lo hacen los coleccionistas de acetatos de cumbia en Monterrey, la barriada popular en Lima y Buenos Aires, las comunidades latinas en Europa a donde puede llegar cada verano un conjunto tropical que la interprete, las emisoras de easy listening o chillout que inevitablemente la hallan en su catálogo de instrumentales en cualquier ciudad de Asia o Norteamérica y, por supuesto, en la memoria histórica de una Ciénaga donde por más que se transforme, siempre será donde más se enaltezca suavesona.
Pero como muestra de su capacidad para derribar las fronteras, a mediados de 2008 otra sierra nevada, muy distinta y alejada del Magdalena, fue el escenario para una curiosa resurrección de esta cumbia. Ese año la Eurocopa de fútbol se organizó en los países alpinos de Austria y Suiza, para lo cual el mercadeo de la Uefa decidió lanzar un himno. Aquello lo interpretaba el jamaiquino Shaggy al lado de Trix y Flix, las mascotas del torneo en animación 3D, mientras la música la ponía un tal Samim Winiger, un DJ de origen iraní que sampleó una versión house de los arreglos de Luis Enrique Martínez, los cuales incitaban en Colombia a evocar inevitablemente la letra de Esteban Montaño y a los más agradecidos, a escudriñar en el legado de Andrés Paz Barros y de toda la música de Ciénaga.
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