Publicado originalmente en RBMA Radio Panamérika, el 28 de agosto de 2016
Despedimos en Panamérika a Juan Gabriel, el icono de una sociedad latinoamericana tan machista pero a la vez tan fascinada con su carisma.
La informalidad y la violencia, ya sabemos, se han tomado Ciudad Juarez durante las últimas décadas. Un penoso protagonista de esa violencia es un machismo que se ensaña contra las habitantes de la ciudad. El gobierno de Juaritos lo disputan hoy una autoridad de legitimidad variable y una poderosa ilegalidad, ambas marcadas bajo el estigma del machismo, la ley del monte y la violencia. Pero en medio de esa dificultad, la memoria de la ciudad ante el mundo también la personifica un hombre radicalmente distinto, un ídolo popular en cuyo honor se ha bautizado a una de las principales avenidas de la ciudad. Aquel es un resumen de la esperanza y la contradicción de un continente machista que encontró en Juan Gabriel a su más auténtico frontman.
En una cultura de estereotipos y de idolatrías musicales forjadas en el modelo del macho rudo y corajudo, surgió un rebelde que no labró su imagen desde influencias musicales de afuera. No, don Alberto Aguilera Valadez surgió de las entrañas de la música mexicana, la misma del Año 1900, Dos tipos de cuidado y el Rey. De allí salió a cantarnos vestido de rosa, de lentejuelas, caminando con ademanes afeminados y una voz aparentemente imposible para una ranchera o un corrido. Y así, con sus elaborados alaridos, era capaz de transmitir su propia idea de la venganza pasional, de la renuncia al amor imposible o de la rabia de quien todavía cree que puede luchar.
Pero no todo es rudeza en el estereotipo del hombre latinoamericano. Así fue como Juan Gabriel también cupo en la sensibilidad que unas generaciones canalizaron por medio el bolero, otras con la balada romántica y otras en la música pop. La trascendencia así no era solo de imaginarios sociales, también lo era de géneros y de desarrollos de la industria musical, exigiendo innovaciones en producción musical y grabando en las lenguas más exóticas. Quien lograba esas hazañas ya no era solamente el provocador afeminado, también lo era aquel que, como en la eterna fábula del cantante latinoamericano, vencía las desigualdades económicas a fuerza de arte. A nuestra Latinoamérica estamental y mojigata se le ha metido en el corazón el más improbable de sus ídolos.
De eso dio razón Juan Gabriel, el fascinante personaje que Aguilera creó, aquel que hoy despedimos tras una vida de rumores, leyendas y preguntas sin aparente respuesta. De lo que sabemos de Aguilera, eso sí, puede responder muchos rasgos de Juan Gabriel: alguien que sus canciones pintan como talentoso, sensible y muy hábil para tocar los sentimientos del público. Cómo no, marginal en lo económico, lo social, lo regional y en eso que hoy llamamos los roles de género, reponiéndose a cada obstáculo que lo anterior podía darle. Claro, también está el tipo inteligente que sabe que aunque maduremos como pueblo, la tolerancia y el reconocimiento de nuestras divergencias son todavía muy frágiles. Por eso aquel lo que se ve no se pregunta, de la entrevista de marras sobre su orientación sexual a la que el entrevistador respondía con ese aleccionador yo veo a un triunfador.
¿Se ha ido entonces un espejo de México y del continente? Difícil responderlo cuando descubrimos la subversión cultural que encarnan su imagen y su enigmática persona. Tal vez se va el referente obligado para un continente que empieza un siglo en el que los uniformes, los estigmas, –ojalá– las violencias y –de nuevo– los estereotipos resultan cada vez más inútiles.