Cuando el despecho desafió a la cumbia (2014)

Publicado originalmente en RBMA Radio Panamérika, el 21 de agosto de 2014.

Hoy la llaman “música popular”, un vago nombre que alude a su consumo campesino y su extracción humilde. Es la música que puede sonar con más potencia en los barrios periféricos de Bogotá o Medellín. Era la música que, cuando había tren, sonaba en las fondas levantadas a la orilla de los caminos, era la “música de carrilera”. Música de despecho por sus temas sensibles, música de cantina por ser ese el nicho más fecundo de ambas cosas.

La culpa fue de la radio, que trajo desde Argentina el tango y desde un avión al Gardel que en 1935 moriría en el cielo de Medellín. La misma radio, como si no hubiera suficientes corazones por romper, trajo en la década siguiente el bolero y las rancheras. A la culpa radial se sumó la del cine, con la dicha de ver en pantalla cantar a Pedro, Jorge, Miguel y Dolores. Hasta un teatro bogotano se especializaría tanto en los ídolos que lo llamaron México. En la Colombia andina el legado sonoro de ambos países se confundiría en los sonidos de la tradición campesina: guasca (que ya venía de confundir poco antes sus aires con el sonido antillano), bambuco y pasillo, cuyas sonoridades también sabían llegar del sur, especialmente del Ecuador que vio nacer a un tal Julio Jaramillo.

A la sumatoria de sonidos e imágenes se integró también la tragedia propia. La violencia aceleró la urbanización del país, y el campesino llegaba en masa a vivir (no siempre bien) a las ciudades. La ruana y el machete los iría perdiendo, pero su música mestiza y espontánea se quedó en el tiempo.

Tan popular sería el género que hoy llamamos “popular”, que a pesar del desdén de muchos, las discográficas no se podían negar a editarlo. Y ahí es donde aparece Discos Fuentes, quienes en medio del tiempo que daban los temas tropicales, de ron y playa, impulsarían las carreras de muchos ídolos del pueblo que con mucho aguardiente y poca pista de baile también sabrían trascender en la historia. No era gratuito que esto pasara en Fuentes y otros sellos de Medellín, al ser Antioquia y el Eje Cafetero las principales cunas de este suceso cultural.

Las grabaciones de los años 50 y 60 serían de muchos músicos locales, héroes de las radios que por varias décadas gobernarían el gusto de los campesinos de la región. Tanto se les grababa a algunos, que para variar el repertorio se cambiaban periódicamente los nombres de duetos y cantantes (el mismo modelo que años después se seguiría haciendo con las orquestas tropicales). Eso sí, algunos de ellos trascenderían por décadas y dejarían esos registros como las huellas de sus inicios, como serían los casos de Rómulo Caicedo (antiguo cantante tropical converso en pleno estudio de grabación) y El Caballero Gaucho (estrella del sello durante cuarenta años).

De esos primeros ensayos discográficos vino un corrido de Los Chamaquitos (rebautizo de un dueto también llamado Las Américas) donde le cantaban a Caryl Chessman, un norteamericano famoso en la época por su controvertida condena a muerte. Como luego se haría también con los proyectos tropicales, los acompañó el Mariachi Fuentes, conjunto de soporte creado para acompañar las grabaciones del género.

Los años 70 serían una etapa de consolidación del género donde abundarían las grabaciones, las cuales en gran medida eran editadas por sellos tan modestos como el origen de esta música. Fuentes, mientras tanto, seguía aprovechando el prestigio del sello y de sus artistas, al tiempo que repetía la fórmula con nuevos talentos. Allá llegaron, entre otros,  Los Cuyitos (nombre que homenajeaba a los Trovadores de Cuyo, conjunto argentino de vital influencia para el género), Luis Alberto Posada o Las Sevillanas, dos hermanas (como en el trabajo campesino, acá todo es de familia) que grabaron la primera versión de “La cuchilla”, el clásico que luego inmortalizarían Las Hermanas Calle y del que Aterciopelados hiciera una versión punk en su primer álbum.

Atención a la letra, la cual narra una venganza aún más desafiante que la que conocemos: «En el casamiento que saco los ojos, te arranco el ombligo y me voy con tu papá».

La última década, en medio de la extinción masiva de las discográficas locales, la edición del ahora llamado género popular sigue viva con Fuentes. A su casa han llegado incluso los ídolos que se hicieron grandes en otros sellos: las Hermanas Calle tras la muerte de una de ellas, las últimas grabaciones de Helenita Vargas y otros que siguen con voz para llenar por igual estadios y fondas como Darío Gómez, El Charrito Negro o Gabriel Arriaga. Se fueron las carrileras pero los sonidos aún viven en hits enviados por mensajes de texto y curiosas rockolas eróticas. Pero esa ya es otra industria.

[*Muchas gracias al coleccionista Fabio Nelson Ortiz, cuyo blog y canal de Youtube alimentó la investigación de este artículo]

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